jueves, 24 de febrero de 2011

LOS CEMENTERIOS MAS BELLOS DEL MUNDO: Cementerio Judio de Praga


En el viejo cementerio judío de Praga, situado en la antigua Judería, cantan los pájaros y murmura el follaje de los árboles. Pisamos un terreno sagrado donde en la pequeña superficie de una escasa hectárea duermen su sueño eterno 20 mil difuntos.
El viejo cementerio judío sirvió como la principal necrópolis de la comunidad judía durante 350 años, es decir desde mediados del siglo XV hasta 1787 cuando el emperador José II prohibió enterramientos en las áreas urbanizadas.
En el cementerio se alzan 12 mil lápidas sepulcrales. La costumbre judía de erguir estelas funerarias se remonta al siglo sexto de nuestra era y está probablemente inspirada por la Antigüedad grecolatina.
Los judíos respetan hasta la actualidad el mandamiento de que está prohibido eliminar una sepultura judía. Debido a que la superficie del cementerio praguense era exigua, no quedaba otra solución que colocar tierra sobre los viejos enterramientos y sepultar a los difuntos en las nuevas capas. Así, en algunos sectores del cementerio hay doce capas de enterramientos.
La lápida más antigua, en la que somos capaces de descifrar la fecha, data del año 1439 y pertenece al poeta y sabio Avigdor Kara.
Desde principios del siglo XVII se edificaban sobre las sepulturas de notables personalidades primorosas tumbas. La más conocida y más visitada pertenece al rabino Yehuda Löw, personaje rodeado de leyendas, que vivió entre 1520 y 1609.
Una leyenda reza que tras estallar en la Judería praguense una epidemia de peste, la muerte segaba sobre todo las vidas de niños. Los padres los enterraban con llanto en el viejo cementerio judío.
En la sinagoga no cesaban las plegarias para que Jehová retirase el castigo. La peste cesó, pero pronto empezaron a correr los rumores de que los niños- víctimas de la peste se levantaban de noche de sus sepulturas y danzaban frenéticamente en el cementerio
Unos explicaban que los niños no tenían la paz en la sepultura por haber muerto en consecuencia de un castigo de Dios, y otros lo atribuían a la acción de un mal espíritu.
Sólo el rabino Löw permanecía callado y buscaba algo en un antiquísimo libro con hebillas de oro. Finalmente ordenó a uno de sus alumnos más audaces que a medianoche fuera al cementerio y cuando los niños muertos volvieran a bailar que arrancara al más cercano la camisita del cuerpo e inmediatamente la entregara a él, el rabino Löw.
Después de sonar las campanadas de la medianoche y los niños muertos se pusieron a bailar, el alumno arrancó la camisita al más cercano y la trajo al rabino. Éste esperó hasta la una de la noche. En ese momento entró llorando en el aposento del rabino el niño que había perdido la camisita e imploró que se la devolviese.
Pero el rabino no se la devolvió de inmediato sino que pidió al niño que le respondiese por qué no tenía la paz en la sepultura. Y entonces escuchó esta extraña respuesta:
"Una fiera madre asesinó a su hijo y por eso Jehová castigó a nuestra comunidad con la peste.Y nosotros que hemos muerto no encontraremos la paz en la sepultura hasta que la asesina no sea castigada".
Así habló el niño y reveló el nombre de aquella cruel mujer. El rabino sabía a quién castigar. Devolvió al niño la camisita y al siguiente día anunció a los representantes de la judería lo que él había descubierto. Éstos prendieron a la feroz madre, la enterraron viva en una sepultura y atravesaron su corazón con una estaca clavada muy hondo en la tierra.
Muy interesante es el lenguaje de los símbolos en relieve que contemplamos en las lápidas del cementerio judío. Por ejemplo, las manos que bendicen, aluden a la pertenencia a la familia de los Cohen, de origen sacerdotal. La figura de león se refiere a la familia Löw, la de un venado al apellido Hirsch que significa ciervo en español.
En una lápida contemplamos la figura de una mujer entre dos gallos. La estela pertenece a la familia de los Hahn- la palabra "Hahn" significa "gallo" en español. Con la sepultura está relacionada la siguiente leyenda:
Hace muchos siglos vivía en Praga un apuesto muchacho judío que se enamoró de la hija de un opulento comerciante judío. El padre de la joven no se oponía a que los jóvenes se casasen, pero el proyecto matrimonial acabó por fracasar ya que la muchacha se convirtió al cristianismo e ingresó en un convento.
El novio rechazado experimentó una conmoción tan profunda que también abrazó el cristianismo. Y puesto que era un excelente músico, ocupó la plaza de organista en la catedral de San Vito, en el Castillo de Praga.
Sin embargo, el joven y su ex novia no resistieron a los argumentos de sus parientes y regresaron a la fe judía. La muchacha salió del convento y el joven renunció a la plaza de organista. Se preparaba la boda, pero antes de celebrarse, los jóvenes fallecieron y fueron sepultados uno al lado de otro en el viejo cementerio judío.
Pero no tienen la paz. El novio se levanta cada noche de la sepultura y se dirige a la orilla del río Moldava donde lo espera un esqueleto que es el fantasma de su novia, que lo transporta en barco al otro lado del río. Ambos, cogidos de la mano, suben al Castillo de Praga y en la catedral de San Vito el organista toca hasta el amanecer y el esqueleto mueve los fuelles del órgano.









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