Un despeñadero cuya cima está coronada por un conjunto de casitas de inmaculado blanco, un castillo y varias torres. Esa es la primera imagen de este pueblo gaditano que esconde un hermoso laberinto de callejas encaladas salpicadas por orgullosos templos.
Es, no obstante, una más de las muchas descripciones que se han realizado sobre este pueblo que, desde siempre, ha atraído a buen número de artistas de todas las disciplinas.
Inmejorable ejemplo de "pueblo blanco", Arcos de la Frontera es un pequeño laberinto de callejas entrelazadas que se adaptan a la difícil orografía del cerro. Aquí, suben; allá, bajan, obligando al caminante a pequeños esfuerzos que, no obstante, siempre se ven recompensados con las vistas de las estrechas callejuelas y, en los lugares más abiertos, las perspectivas sobre la campiña circundante. Y decimos caminante porque aquí es obligado dejar el vehículo y recorrer el lugar a pie.
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